Tener una alta actividad en la red no significa ser un gran comunicador. La comunicación es una herramienta que nos proporciona existencia social pero no individual. Hay personas que sienten la necesidad vital de comunicar para existir. Para sentir aquello que viven necesitan explicarlo. Necesitan de forma compulsiva explicar por twitter, WhatsApp… lo que están haciendo. ¿Cuántas veces hemos recibido un mensaje de algún amigo, familiar o conocido que nos explica alguna actividad que está realizando y que hubiese sido contestado, compulsivamente, con un: ‘y a mi que me importa’?

De hecho, muchos de los que explican mediante estas herramientas todo lo que hacen han encontrado en la red el refugio vital para sentirse más vivos. Y en esto, Internet desarrolla un bien social de dimensiones incalculables. La red ha amplificado no solo la posibilidad de explicar lo que hacemos. La red ha dimensionado la posibilidad de escucharnos a nosotros mismos.

Pero posiblemente uno de los principales daños colaterales de esta realidad es que ha reducido el silencio con el que todos deberíamos convivir más tiempo. El silencio es terapéutico y nos hace libres. Somos más esclavos de nuestros mensajes que de nuestros silencios.

No olvidemos nunca que aunque no comuniquemos existimos y que la ausencia del conocimiento que proporciona la ausencia de comunicación no anula la existencia de la situación comunicada o de la persona que comunica.