Asisto, con una cierta perplejidad, al desarrollo en mi entorno de un alud de mensajes de amigos, conocidos y profesionales que no me aportan nada. Más bien me contaminan. Me molestan. Encontrándome en situaciones con una cierta necesidad de concentración, de soledad o socialmente absorbentes recibo mensajes de Twitter, Whatsapp, SMS… con bromas, chascarrillos o imágenes pretensiosamente divertidas (siempre de un gusto dudoso) que piden de mi atención aunque solo sea para decidir que no tienen importancia. No he conseguido que los Smartphones pretendidamente inteligentes me los anulen, aparten o destruyan sin que yo tenga que intervenir. Últimamente han crecido en número y también en grosería. Y la verdad, es que no sé si esto es bueno o malo. No sé si significa que estoy más introducido en el mundo digital o me estoy acercando más al ‘frikismo’ social imperante.

Le comento la situación a un tecnólogo de pro que me asegura que están trabajando en ello y me ofrece diversos consejos para catalogar mejor mis mensajes e informaciones. Pero mientras lo resuelven no puedo dejar de preguntarme por los objetivos con los que estas personas se manifiestan de forma sobreactuada en el mundo digital. Me pregunto si no será que hay gente que de su presencia en la Red han hecho la base de su existencia social. Me pregunto si no será que hay personas que su alta presencia en la Red es directamente proporcional al miedo que les produce no tener a nadie con quien compartir. Me pregunto si hay personas que su presencia en la Red es la única forma de validar su existencia vital.