Nos hemos acostumbrado a un mundo de ruido. Resulta prácticamente imposible estar en silencio. Cada día recibimos millones de impactos que intentan captar nuestra atención. Todo el mundo grita y esta realidad se ha convertido en algo habitual que hasta puede llegar a pasar desapercibida. Nos cuesta muchísimo estar en silencio y necesitamos expresar siempre nuestra opinión, escuchar música o interactuar constantemente con alguien. Con tanto ruido la comunicación se ha vuelto más difícil. ¿Cómo conseguir efectividad comunicativa ante tanto ruido? Pues a pesar de que parezca un contrasentido comunicativo quiero proponer al silencio como un activo comunicativo de primera magnitud. El silencio se ha convertido en un bien escaso. Hay poco silencio en nuestro mundo y seguramente por eso cada día se está volviendo más efectivo.

El silencio tiene muchos beneficios tasados desde la medicina: estimula la regeneración neuronal, alivia la tensión, restaura la energía especialmente al cerebro, reduce los problemas de corazón, baja la presión sanguínea, mejora el sistema inmunitario… Y otros desde la psicología: reduce el estrés, aumenta las capacidades cognitivas, ayuda a lidiar con los problemas sentimentales, incrementa las funciones cognitivas, sube la capacidad de atención… Desde un punto de vista comunicativo los beneficios del silencio son indiscutibles a partir de dos aspectos que se relacionan: permite la escucha y aporta pensamiento.

Escuchar es la mejor forma de aprender. Solo estando en silencio se puede aprender y solo aprendiendo se puede mejorar. Por tanto, el silencio se convierte en un activo indispensable para el aprendizaje. Además, solo con la escucha se puede llegar a la interrogación. El silencio permite que nos cuestionemos sobre aquello que estamos escuchando y los efectos que genera sobre nosotros. Por tanto, el silencio es imprescindible para poder pensar. Es por ello que pienso que tanta gente le tiene miedo al silencio: porque nos obliga a pensar y pensar es el arma más letal que existe contra nosotros mismos. Pensar nos cuestiona, nos muestra nuestros errores y nos sitúa ante la realidad. Y esta realidad, demasiadas veces, no nos gusta. Pero a su vez, solo partiendo de esta realidad podremos mejorar y cambiar aquello que consideremos necesario cambiar. Solo partiendo de nuestros errores podremos mejorar. Nuestros errores no son un fracaso, son una estación intermedia hacia el éxito. O sea, solo mediante el silencio llegaremos al aprendizaje y podremos mejorar.

Todos deberíamos practicar más el silencio. Cada día tendríamos que pasar un cierto tiempo en silencio. El silencio está en la naturaleza, está en un libro, en la meditación, en la oración, en una exposición, en un paseo… Seguro que notaríamos sus efectos físicos pero también psicológicos y cognitivos. Por tanto, el silencio se torna en el arma de aprendizaje y de cambio más letal que tenemos entre manos. El silencio nos va a permitir ser mejores y llegar a nuestras metas. La inteligencia tiene mucho de silencio. El inteligente sabe cuando callar y cuando no callar. La inteligencia sabe más de silencio que de ruido. El inteligente sabe mucho de silencio porque normalmente somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios.