La escucha activa se basa en la demostración al hablante que el oyente le ha entendido. Se trata de la habilidad de entender no sólo lo que la otra persona o personas están expresando directamente, sino también los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que se está diciendo. Es aquello que hemos definido como leer entre líneas. Pero además requiere de la capacidad de escuchar con la voluntad de ser interpelado por el otro y poner en cuestión los propios pensamientos o sentimientos. No hay escucha activa sino somos capaces de comprender lo que el otro está sintiendo (empatía) cuando nos cuenta lo que nos está contando y a su vez dejar que nuestros posicionamientos sean interpelados por lo que se nos está explicando, o sea que pasen por el filtro de nuestra emoción. No es fácil escuchar activamente. De hecho, creo que es de las habilidades comunicativas más complicadas.

Escuchar activamente tiene cuatro bloqueadores básicos:

  • Creerse en posesión de la verdad absoluta.
  • No estar atentos o hacer demasiadas cosas a la vez que nos impidan captar lo que nos están diciendo.
  • Pensar que lo que dice tu interlocutor no es importante.
  • Hacer ver que escuchamos cuando no lo estamos haciendo.

Resulta de vital importancia para escuchar activamente no sólo estar atentos a lo que nos están contando sino también mostrar esta atención de forma verbal y no verbal.  Ferran Ramon-Cortés nos habla de eso en su libro “Escuchar con los ojos”. La escucha es más visual que sonora. Los ojos escuchan mejor que los oídos y nos permiten transmitir a nuestro interlocutor que estamos escuchándole. Es por ello que la escucha activa tiene posiblemente más de mirada que de oído. Pero también tiene de gesto, de palabras de refuerzo, de observación, de disposición general, de tacto, de manifestar la comprensión del sentimiento de la otra persona, de respetar los silencios…

Y posiblemente tiene poco de juzgar, de interrumpir, de contraargumentar, del ‘síndrome del experto’, de rechazar lo que el otro siente, de solucionar el problema, de distraerse, de hablar más tiempo que tu interlocutor, de ofrecer soluciones…

Por tanto, cabría preguntarse cuántas veces hemos pasado por encima de nuestro interlocutor sin el más mínimo tacto a la expresión de sus sentimientos y emociones. Es por ello que sólo podemos tener la capacidad de escuchar activamente si escuchamos más que hablamos, si preguntamos más que afirmamos, si apoyamos más que sentenciamos… La escucha activa tiene más de humildad que de soberbia. De hecho, sin humildad es muy difícil que haya escucha activa.